En su cama Entramos riendo, pero apenas cerró la puerta, su mirada cambió. Me empujó contra la pared, su boca en mi cuello, sus manos bajando por mi espalda hasta levantar mi falda sin preguntar. Me llevó a su cama sin decir palabra, me tumbó y se colocó encima. Su respiración era agitada, la mÃa también. Mis piernas lo rodearon y lo sentà duro, firme, desesperado. Ya no habÃa estudio ni libros. Solo piel, sudor y gemidos contenidos entre sábanas desordenadas.