En su sala, sin interrupciones Dijo que estaba solo en casa, y no me tomó ni un minuto aceptar la invitación. Apenas cerró la puerta, me atrapó por la cintura y me besó con fuerza. Me llevó hasta el sofá, sin soltarme. Sus manos ya sabían a dónde ir, levantando mi ropa con decisión. Me tumbó, y su cuerpo se acomodó sobre el mío, firme, cálido, hambriento. No había nadie que interrumpiera, solo él y yo, perdiéndonos entre cojines, gemidos ahogados y un deseo que explotaba sin medida.

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