En su habitación, al fin solos Nos miramos por horas, conteniéndolo todo. Cuando finalmente cerró la puerta, el aire se volvió más denso. Me empujó contra la pared, sus labios atraparon los míos con desesperación, y sus manos bajaban con decisión. Me tumbó en la cama, deslizándose sobre mí, su respiración contra mi oído. Cada movimiento era más lento, más profundo. La tensión explotó entre nosotros como un fuego silencioso, quemando cada rincón, dejando nuestras pieles temblando y deseando que no acabara nunca.