Entre escaleras y roces Subimos en silencio, riendo bajo, pero con las manos ya buscándose. En el descanso de la escalera, me arrinconó contra la pared. Sus labios encontraron los mÃos sin aviso, y sus manos subieron por mis muslos sin pausa. Me aferré a su cuello mientras sus dedos deslizaban mi ropa interior. El eco de nuestros cuerpos chocando se mezclaba con el crujido de los escalones. En ese rincón oscuro, nos perdimos sin importar quién pudiera pasar. Era nuestro secreto… ardiente, breve e imposible de olvidar.